DE VERGUENZA
El mundo de la
gastronomía cada vez cobra más adictos, lo cual indudablemente es bueno.
Pero este aumento de nuevos aficionados al yantar lleva consigo que los
especuladores de turno saquen partida al movimiento gastronómico. Ahora
todos parecen entender de comer y beber, todos se erigen como expertos
en esta materia, todos saben de vino, todos saben de cocina... Luego, a
la hora de la verdad, resulta que esos entendidos de boquilla, expertos gastronómicos de salón, lo que
demuestran es ser unos perfectos impostores malévolos
que lo que realmente quieren es beneficiarse y enriquecerse rápidamente
a costa de esta noble y encantadora actividad como es el Arte
Culinario. Sí, un arte como otro cualquiera que mueven unos determinados
artistas, los de verdad, que casi siempre permanecen en el más absoluto
anonimato, mientras que esos nuevos "técnicos" en la materia alardean
de ser ellos casi los inventores del asunto, tan sólo porque,
compatibilizando con su actividad principal, deciden engancharse al
carro. Esto sólo tiene un nombre: intrusismo gastronómico.
Gente
sin ninguna noción de hostelería, procedente del espectáculo, de las
letras, la política... que todos tenemos en mente, sin tener la más
remota idea, ni espíritu, ni vocación por esta digna actividad, se
convierten de la noche a la mañana en empresarios hoteleros. Abren
cafeterías, cervecerías, restaurantes e incluso
hoteles,
a diestro y siniestro, creyéndose hábiles conocedores de los
entresijos que encierra esta profesión, como si ésta se aprendiese en
dos días.
Y muchos de estos
flamantes e insólitos hoteleros de tres al cuarto, tienen la cara dura y
desfachatez de discutir con los verdaderos profesionales, por ejemplo,
sus jefes de cocina o jefes de sala, cuestiones estrictamente técnicas
relacionada con su oficio. Y lo peor es que hasta se lo creen ellos
mismos, llegando incluso, en muchos casos, al onanismo mental. Lo que
supone un auténtico sarcasmo.
Esto
es una falta total de respeto a esas miles de personas, mujeres y
hombres, que desde muy temprana edad han estado, y están, ahí luchando
por este sector, gente humilde y anónima que con su duro trabajo y
tremendo esfuerzo siempre en silencio han hecho posible situar a este
maravilloso y apasionante mundo de los fogones en el lugar que le corresponde.
Pero
el intrusismo en el mundo de la gastronomía, de esas gentes ávidas de
incrementar sus ingresos de una manera rápida, no acaba exclusivamente
en suplantar a esas personas fidedignas que se dedican a esto de toda
la vida, trabajadores o empresarios, sino que el fisgoneo en este
asunto del comer y el beber va más allá. A menudo vemos en determinadas
televisiones, algunas de ellas públicas para más INRI, a gente que hace
programas de cocina que para freír un huevo no saben si echar antes el
huevo o el aceite. O en determinadas tertulias radiofónicas, de
conocidas emisoras, solemos escuchar a contertulios que no tienen la
más remota idea de los fogones, dar consejos de cocina. Y ya para colmo
de la cara dura, por si fuera poco, algunas actrices, que todos
sabemos, hasta escriben libros de cocina. Desde luego la desvergüenza
no tiene límite.
Verán, este
sector, el de la cocina, ya se ha transformado en algo más que una
actividad lúdica y festera, aunque también lo es, de un grupo de amigos
para celebrar un guiso en el campo o un divertimento para pasar el fin
de semana experimentando en casa nuevas sensaciones culinarias, que
también lo es y me parece perfecto, o para sorprender a los nuestros
con una buena comida, que igualmente lo es también, para convertirse,
como ya lo es, en uno de los pilares más importantes que sostienen el
turismo. En consecuencia, la gastronomía andaluza es uno de los mayores
motores económicos de nuestra tierra. O dicho de otra forma, la cocina
proporciona riqueza a Andalucía. Así que imagínense ustedes la
importancia que tiene y la que le tenemos que prestar al asunto. No es
ninguna broma.
Por
eso yo me sorprendo y, créanme, me cabreo te tal manera que el
disgusto me dura tiempo, cuando voy a algunos restaurantes y, ni
queriéndolo, no lo pueden hacer peor. Una comida bazofia vomitiva
repugnante, mal servicio, nefasta decoración ambiental, manteles y
servilletas de papel, un pésimo sistema de extracción de humos que
cuando sales parece que has comido en la mismísima cocina, una
iluminación fatal, una descuidada limpieza en servicios y resto del
local, ruidos, y un largo etcétera de despropósitos con los cuales
contribuye de manera muy notable a que nuestra gastronomía, siendo como
es la más rica e importante de toda España con diferencia, se le
desprestigie. Eso sí, los precios sí están y se preocupan porque estén
en un buen nivel. Todo esto sin contar la fraudulenta y delictiva
utilización que hacen de algunos productos alimentarios, de los cuales
citaré, por poner un ejemplo, uno que siendo la mascarilla de proa de
la gastronomía lo tiran por tierra y rechazan de plano, como es el
aceite de oliva.
Personas
e instituciones, públicas y privadas, no cesan de desgañitarse
pregonando a los cuatro vientos, con mucha razón, dentro y fuera de
nuestro país, que el consumo de aceite de oliva es indispensable para la
cocina y para nuestra salud, y luego llegas a algunos locales de esos a
los que me refería y solo al pasar por la acera un repugnante olor que
emana de las freidoras te hacen retroceder, porque obviamente además
de utilizar para freír y cocinar en general cualquier cosa menos zumo
de oliva, esa cosa que usan en sus freidoras, la cambian de temporada
en temporada, y eso sí la cambian. De vergüenza, vamos. A esto hay que
ponerle fin.
Ahora
se está dando un fenómeno muy importante que hay que saber aprovechar,
que es lo que se ha venido a denominar el ?Turismo Gastronómico?, y
eso no es otra cosa que hay gentes, tanto los buenos amantes a la buena
mesa como los que no lo son, que se desplazan de un lugar a otro de la
geografía andaluza y en muchísimos casos del resto de España, solo, y
no es poco, por descubrir las excelencias culinarias de ese determinado
lugar.
Así
que imagínense ustedes si ese ?turista gastronómico? acude a uno de
esos sitios, mal llamados restaurante, a los que antes me refería, y se
encuentran con ese panorama.
La
mala calidad de un establecimiento de restauración no solo perjudica
al propio empresario que lo regenta, ahí todos salimos perjudicados.
Por eso, al igual que se exige determinada documentación, como por
ejemplo, de sanidad, de industria, carné de manipulador etcétera para
conceder la apertura de un restaurante, se debería exigir también una
mínima formación demostrable a la persona que vaya regentar ese local
así como a los empelados que prestarán sus servicios. Y si no la tiene
que se preocupen por adquirirla durante un plazo de tiempo antes de dar
la apertura, porque la administración ofrece los mecanismos necesarios
para que una persona se forme en este sector. Eso de decir que
?cualquiera es válido para trabajar en este sector? ya va siendo hora
que se destierre. Quien esté realmente preparado para trabajar en esto
que trabaje si no que antes de hacerlo que se forme y si no que se
busque otro empleo.
Si
queremos una restauración de calidad y competitiva que además de
generar riqueza sirva como imán para atraer mas gente a la zona en
cuestión y así proporcionar una mayor y mejor economía, al que le
corresponda tendría que ir tomado las medidas oportunas para que las
cosas en este gremio de la restauración empiecen a cambiar, se hagan
como es debido y no que cada uno campee a su manera. Habría que
establecer un sistema policial para controlar a esos incontrolados.
Afortunadamente esos garitos a los que me refiero, que alguno llama restaurantes, no son la mayoría.
Tenemos
la dicha de contar con un gran numero de restaurante, de los de
verdad, pero esos cuatro elemento, pueden hacerle mucho daño al resto
de los que van por derecho.